La ingobernabilidad asesina en Amazonas

21.04.2015 11:24

La tierra bebía las últimas gotas de lluvia con que el amanecer sorprendió a un grupo de familiares ocultos tras un hotel, huyendo de las voces metálicas que resoplaban dentro del penal. Balas perdidas bifurcaban el viento frío y húmedo que obligaba a los niños a acurrucarse entre los brazos de madres desconsoladas, cuyos lloros, ellos no comprendían, pero ellas presumían lo peor. Esperaban por los reportes de emisoras que aun dormían en medio de un pueblo hasta hace unos treinta años, pescador, pacífico y tranquilo. A lo sumo escuchaba una que otra intrascendente pelea de parejas o borrachitos indígenas, que bajo los sorbos de ron blanco, arrancaban valentía de cuerpos desacostumbrados a peleas callejeras.

Enfocados con poca luz que emana de los primeros reflejos del amanecer, se divisaba con dificultad, efectivos policiales y guardia nacionales con armas en manos, corriendo de un sitio a otro, en su intento por escapar de rafas y disparos de pistolas provenientes del área de reclusión. Los presos desenfundaron armas potentes y lograron el control total del penal, hasta reducir a los efectivos a protegerse del otro lado del paredón. En tanto ellos, asumieron el control de las garitas y reforzaron la vigilancia en otros flancos. Con camisas cubriendo el rostro, tronco descubierto y pie desnudos, se mueven de una a otra garita con armas en manos, dando instrucciones o aprovisionando de municiones a sus compañeros.

Como si se tratara de una toma militar, los sitios estratégicos reservados para custodios, fueron ocupados por un grupo de asalto. Otros abrían fuego disuasivo para repeler asalto sorpresivos, y varios se apostaron acostados bajo la solera del segundo piso de la edificación y sobre el techo, desde donde habrían fuego contra cualquier viviente que observaran. Pero las miradas de águilas brotaban por las brecas del espeso morichal, observando el sitio  vulnerable por donde presumían podría darse la escapada. Las armas apuntaban hacia ese lugar dispuestas a impactar contra la humanidad de cualquier ser que se moviera, ya que los efectivos no serían burlados por la agresividad de los presos. De pronto la coctelera de una ambulancia disparando destellos de luces rojas, se habría paso raudo por la avenida, trasladando con urgencia heridos al Hospital, que cayeron después de ser sacudido el sector por una potente explosión de granada, que arrancó gritos desesperados de familiares presumiendo la destrucción total y la muerte de los suyos, ya que otras menos potentes, habían estallados minutos antes.

Las madres impotentes, se retorcían con punzadas de dolor que penetraban hasta los huesos, pero bastaba el sonido de las sirenas para comprender la emergencia, en un lugar separado por cientos de metros, al que ninguna podía asomar su rostro más allá de una pared salpicada de orificios por impactos de balas de todo calibre.

Cuatro largos días lleva la refriega de noche sin sueños y ojos rojizos que no soportan más lloro. Penas de pasado triste, en barrios repletos de niños alegres que corretean tras un balón de esperanzas sin rumbo definido, donde los valores morales importan menos que nada, mezclados con droga y sin principios familiares. La avaricia de otros, como león rugiente que no vuelve atrás por presa alguna, captura estas imberbes presas para hacerlos hábiles y frágiles delincuentes, cuyo violento camino conduce a un calabozo, donde la vida vale un puñado de dinero que un preso paga a otro, para cegar la vida con un arma comprada por poco dinero a un efectivo del penal, seleccionado en un “riguroso examen” hecho por alta oficialidad, cuya carta de presentación y bienvenida, es una “conducta honorable” fundada en principios éticos. Afirman con orgullo que no sucumben ante la presión de recomendaciones políticas.

El enfrentamiento es intenso y sin tregua, cuatro días que mantiene en vilo a familias que habitan en barrios adyacentes. El pánico y el desespero se marcharán con el fin del conflicto armado que se vive en pleno centro de Puerto Ayacucho. Las balas vuelan sobre los techos e impactan en paredes de hogares modestos. La angustia toda se refleja en rostros sin culpas, cuyos niños no pueden ir a la escuela ni los padres a sus trabajos. Son reos de una ingobernabilidad que cayó al piso destrozada y develada frente a una sociedad que lanza culpas hacia uno y otro lado.

La escuela Marawaca, uno de los centros educativos emblemáticos de la ciudad, con una matrícula superior a los mil trescientos alumnos, y ubicada a unos trescientos metros del penal, lleva dos semanas sin clase por el temor de sus directivos a que las balas alcancen algún niño.

“Esto es vergonzoso para el gobiernos de Liborio Guarulla por tener la mayor responsabilidad, porque fueron ellos los que reclutaron estos policías delincuentes que armaron y venden droga a estos presos convertidos en sus propios enemigos y asesinos”, dijo un joven y recién ingresado agente policial, asombrado, observando desde su escondite detrás del hotel.

“esa es una pelea entre bandas por el control del penal”, reveló el joven, que en un pequeño radio escuchaba la reunión que sostendría el gobernador Liborio Guarulla con los educadores, sin preocupación alguna por los hechos de violencia que se registran a unos quinientos metros de su residencia.

Los comentarios sobre bandas que operan dentro de los cuerpos de seguridad de la región, especializadas en: robo de vehículos, motos, casas, comercios, tráfico de drogas y sicariato, se escuchaban de varias voces ocultas en la penumbra de esta escalofriante madrugada.

Los medios hablan de varios presos muertos y policías heridos, aunque la herida mayor se viene abriendo en el corazón de una sociedad cautiva y aterrorizada por el crecimiento de una desbordada delincuencia asesina, aupada por narcotráfico, guerrilla y paramilitarismo que han logrado consumar un sicariato que mata, hasta por miserables quinientos bolívares.

 

Andrés García Bolívar
Pastor iglesia evangélica: “El Evangelio Eterno”
Teléfono: 0416106l7319
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