La CIA regresó con narcotráfico y paramilitarismo
Con el pretexto de colaborar en la guerra contra los grupos armado de Colombia, la CIA norteamericana, en defensa de los intereses económicos de las familias más ricas del planeta, ha expandido su guerra sucia en américa latina para intervenir a su antojo y apropiarse de recursos petroleros, forestales y tierras con vocación agrícola, sin que nadie se oponga. Colombia, un país repleto de bases militares y marines gringos, es la base para la ejecución de operaciones con las que pretenden establecer cambios de gobierno, o lo que es lo mismo, una nueva estrategia para la consolidación de la injerencia y el control de las Fuerzas Armadas de los países del sur. El plan comienza con el establecimiento de Academias para la formación policial, o mejor dicho, una base militar disfrazada. Allí hay presencia dela Oficina Federal de Investigación, el Servicio Secreto de Estados Unidos, el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, el Servicio de Investigación Criminal Naval y otras agencias estadunidenses, como ya la establecieron en México para poner todas las Fuerzas Armadas y policiales bajo el mando único del Pentágono.
Barack Obama, en su ambición de mantener la hegemonía mundial, no detiene su escalada militar que inició Bush, aumentó el presupuesto de defensa a más de 700 mil millones de dólares, siete veces el presupuesto conjunto de China y Rusia y más de la mitad del presupuesto militar mundial, que es de 1.2 billones de dólares. Pero para la Agencia Central de Inteligencia, las “amenazas contra Estados Unidos son China, Rusia y la Organización de Países Exportadores de Petróleo.
En Latinoamérica han provocado golpes de Estado en Honduras y Paraguay. Amenazas constante sobre Venezuela. El presidente Hugo Chávez denunció un plan para invadir el país, llamado Operación Balboa, desde las bases militares de Estados Unidos en Colombia, Panamá, Aruba, Curazao y Puerto Rico. En el documento Doctrina de guerra irregular de la Armada de Estados Unidos, publicado en 2009, se revelan los planes expansionistas de Washington en el mundo. En un mapa que define el nuevo “campo de batalla” destaca un “arco de la inestabilidad”, que son los blancos de esta “batalla” y que incluyen países desde Asia central, Oriente Medio, el Norte de África y Venezuela. Son constantes las presiones y hostigamiento contra países de gobiernos progresistas como Bolivia, Argentina, Uruguay y Nicaragua.
Para su guerra sucia la CIA cuenta con el peso del negocio de la droga colombiana, evidente con la conformación de la narcoburguesia, como parte integrante de las clases dominantes, que consolidó a Colombia como un "narcopaís". Su economía, vida social y política articulan con el negocio de la droga.
Los distintos episodios del proceso 8.000 sacaron a la luz pública la injerencia del cartel de Cali en la política, su control del Congreso y sus relaciones con las altas esferas del Estado. Siguen todavía ocultas sus conexiones con la alta oficialidad y la jerarquía eclesiástica. Pero es indudable su relación creciente con las fuerzas armadas, al igual que lo acontecido con el resto de la sociedad y las distintas esferas del poder.
Una de las cartas que los gringos se reservan bajo la manga en su presión a las clases dominantes y el Estado colombianos es, precisamente, sacar a la luz pública las pruebas que tienen sobre la conexión de empresarios, políticos y de varios generales y altos oficiales con los capos del narcotráfico.
El paramilitarismo, que es la parte determinante de estas estrategias, se ha fortalecido con dineros resultantes del negocio de la droga. Todos los jefes paramilitares han logrado consolidar emporios de producción y distribución de Narcóticos, solo que como sucediera en otros países, es innegable la importancia que tienen en la financiación de la Contra. Los Carteles de la Costa y los Llanos Orientales y capos, como los hermanos Castaño y Víctor Carranza, actúan y se lucran con la complicidad no solo de las autoridades nacionales, sino también de los mismos gringos que los ven como un mal menor.
La penetración del paramilitarismo en Venezuela es una operación planificada milimétricamente por la CIA para apoyar con caos e inseguridad la guerra económica de los grupos empresariales de la oposición y de un sector del gobierno. La escasez alimentaria es artificial. Las plantas procesadoras de alimentos y medicamentos están produciendo al cien por ciento, pero envían sus productos a Colombia con la anuencia del generalato y altos ejecutivos del gobierno nacional que presumen la caída de Maduro en cualquier momento.
Los gringos están claro en su posición sobre Venezuela que no es una amenaza comunista, está gobernada por una oligarquía roja rojita levantada al calor de la corrupción oficial. La guerra contra el gobierno de Nicolás Maduro, no es porque sea diferente a los de Carlos Andrés Pérez y Jaime Lusinchi, hace exactamente lo mismo, recorte de suicidio a los más pobres, devaluaciones continuas, intervención para minimizar la producción nacional en favor de las transnacionales y liquidación de los principios revolucionarios de Hugo Chávez, no del chavismo, porque el PSUV no es más que un comando de Acción Democrática. La guerra es porque Maduro no les genera confianza.
El PSUV es un partido oligárquico, con una oligarquía rojita alimentada por corrupción. Ministros, gobernadores, alcaldes, diputados y directores nacionales rodeados de contratistas y proveedores haciéndose ricos ellos y sus familiares. Al pueblo pobre le reparten cemento, bloque, láminas de cinc, escobas y camisas rojas para barrer calles y botar basura. Eso lo llaman proyecto de país.
Andrés García Bolívar
Pastor iglesia evangélica: “El Evangelio Eterno”
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