Germán Montes: el músico que le cantó a la mina

18.03.2016 21:33

Con apenas nueve años, días después de la muerte de su padre Graciano Montes, quien lo amó como así mismo, decidió incursionar en el mundo de la música que penetró en sus oídos como miel al paladar, tanto que las bandas de rock siempre están presentes en su vida, como la sopa de pescado que tanto gusta. Su madre, poco amante de ese género musical, mostró desacuerdo, pero imposible fue luchar contra los arpegios de una guitarra eléctrica y resonante batería conque penetró montaña adentro, allá donde solo se habla de oro, piedras y gramas, y poco de música, cualquiera sea su estilo.

Raudo el bongo tragó en un par de días el largo cauce del Orinoco, hasta llegar a la comunidad de Piedra Blanca, en las cercanías de Caño Maraya. Tierra de oro, de mucho oro, pero difícil de extraer, más aun, un joven inexperto que como otros, van afanados en búsqueda de dinero para enfrentar la dura situación económica que azota la Amazonía venezolana. Allá donde el viento sopla con violencia sin saber de dónde viene y ni hacia dónde va.

Zonas tradicionales de extracción aurífera asentadas en las riberas de los ríos Orinoco, Atabapo y Guainía, donde las empresas, casi en su totalidad, propiedad de colombianos, a quienes poco importa el impacto ambiental en estas áreas bajo régimen de administración especial.

Recolectar piedras desde las tres, hasta las seis de la mañana, era el trabajo para aquellos jóvenes recién llegados que poco sabían de un mundo donde la vida tiene tan poco valor, que si se desploma un barranco y tapiza alguno, ese será para siempre su sepulcro, sin escuchar más lloro, que el de una montaña, a la que no se puede dar la espalda. Aquí no lloran muertos, lloran amargamente por el que se va, pues saben que no volverá jamás.

Esta tupida montaña regala oro en abundancia, pero arranca vida con o sin experiencia en este tipo de labores. Cuántos yacen, debajo de aquellos suelos acolchados de hojas podridas, sobre los cuales van todos como hormigas en búsqueda de un golpe de suerte que baña a muchos, y a otros despides como llegaron, con meros saludos y sin nada más entre manos, que su equipaje. Un lugar al que acude mucha gente sin saber quiénes son y cuales es el riesgo en esta enmarañada selva, pero es así la vida en la mina donde el molino y los negocios van de manos de ciudadanos colombianos que hicieron suya aquella tierra.

Los ratos libres, la guitarra cadenciosa arrancaba alegría en un trabajo donde casi no existe tiempo para otro cosa, que no sea recolectar piedras. Los obreros, todos venezolanos, se apiñaban en torno a Germán para escuchar rock de los Rolling Stone, que tanto agradó a las generaciones de los setenta, y melodías de otras agrupaciones musicales contemporáneas con aquel auditorio de trajes enlodados y manos callosas, allá donde muy pocas oportunidades existen para escuchar canciones que arranquen hermandad de corazones entregados, hasta en sus sueños, a la búsqueda de oro.  

El músico bien claro estaba de la explotación ilegal de yacimientos aluvionales, objeto de preocupación para muchos sectores del país, por la destrucción de áreas boscosas adyacentes a márgenes de ríos y caños, el entrabamiento y desvió de corrientes de agua, la destrucción de grandes espacios de suelos, sedimentación y muy especialmente la contaminación mercurial de aguas, generando problemas a poblaciones cercanas, aunque hasta donde llegó la música de Germán, bastante retiradas están de comunidades ribereñas.

Sin embargo había que recoger piedras preñadas de oro, para eso llegó allí, a llevar música y probar suerte donde derroche de alegría no hay. Cuántas veces la suerte se escurrió entre sus manos por no saber diferenciar una de otra, pero la música abrió puertas y corazones nobles de indígenas expertos, que entonces recogían para ellos, y algo para este apacible y noble varón, que vino tras una gran apuesta, así como lanzar los dados de la suerte.

“El uso de mercurio no es bueno para mi salud, pero ¿Qué voy a hacer? De esto vivo, no tengo nada más que hacer, y oportunidades en otro lugar, no hay para mí”, dijo un amigo de Germán que habló con la angustia de su espíritu, y se quejó con la amargura de su alma.

Tantas veces se repite esta frase en boca de mineros ilegales que muy bien saben, que su trabajo produce daños irreparables a su propia salud, pero más pesa la ganancia por la producción de oro, que supera las entradas de un campesino, de un pequeño comerciante, las de un policía o un maestro. Los daños en la salud por la inhalación del vapor de mercurio en el refogueo, aparecen años más tarde, pero el dinero obtenido sirve para resolver un problema económico hoy, aunque desconocen, que al codicioso lo consume la avaricia.

“Aquí vale más el dinero que me gane hoy, que la salud de años más tarde”, aclaró el joven que como Germán, llegó de sectores humildes de Puerto Ayacucho.

Corta estadía entre nuevos amigos, pero llegó el día de comenzar el largo viaje de regreso a casa con un German que llegó al puerto primero que la aurora, jamás lo encontró dormido en un lugar donde la noche es tan bulliciosa como el día.

Bolso a la espalda, guitarra al hombro y unas gramas tan escondidas, que hasta para él fue difícil encontrarlas. De ese tamaño es el temor a las revisiones de una Guardia Nacional que desconoce el trabajo y la necesidad de jóvenes rumberos, sólo interesa hacerse fácilmente de unas gramas cada día, que a otros cuesta días y mucho trabajo.

Por un lado German partía alegre por ir a casa, y por otro triste por no ir con ellos, pues, no sabía si podía regresar, o si no los vería nunca más, aunque si conocía que las oportunidades para ellos son infinitas y más extremas que nunca.

 

Venezuela es de Jesucristo

 

Andrés García Bolívar

Pastor iglesia evangélica: “El Evangelio Eterno”
Teléfono: 04161067319

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Andresgarbo@hotmail.com

 

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